“Hecho en América del Norte”
México junto con Estados Unidos y Canadá ha construido a lo largo de tres décadas una América del Norte integrada y competitiva. Muestra de ello es que el comercio trilateral supera los 120,000 millones de dólares mensuales y al interior de la región se genera más del 30% por ciento del PIB mundial.
El espacio económico creado desde el TLCAN y ahora con el T-MEC, ha facilitado el desarrollo de encadenamientos productivos y con ello, la creación de una plataforma norteamericana de producción conjunta. Muestra de ello es que el 80% del comercio intrarregional se da en bienes intermedios, mismos que son utilizados para la fabricación de otros productos finales como autos y equipos electrónicos. Esta es una característica única de la región y refleja el nivel de complementariedad existente entre los tres países.
Dichas particularidades son determinantes en un contexto donde la globalización se transforma con la regionalización. Este fenómeno ha dado lugar al nearshoring, proceso mediante el cual las empresas buscan relocalizar sus procesos productivos en países cercanos o aliados para reducir la exposición al riesgo. Ciertamente esto podría conducir a una mayor concentración de la producción. Sin embargo, atrae múltiples inversiones, sobre todo hacia México, para detonar economías de escala en industrias como la de autos eléctricos y semiconductores.
Más allá de las ventajas ampliamente documentadas que ofrece el nearshoring, representa una oportunidad para que los tres países aumenten el nivel de integración económica regional. En ese sentido, conviene pensar en la posibilidad de construir el distintivo de “Hecho en América del Norte”, que identifique a todo aquello que se produce con insumos y mano de obra norteamericana, y sea sinónimo de innovación y alta calidad. Este diferenciador tendría que sustentarse en una alineación más profunda de políticas industriales, con énfasis en la integración de los mercados laborales y la capacitación de la fuerza laboral norteamericana.
Estas cuestiones responden a los compromisos asumidos en la X Cumbre de Líderes de América del Norte. Por lo tanto, deben priorizarse para asegurar la competitividad de la región a futuro. Así lo refiere el Wilson Center en su reciente publicación “North America 2.0”. Para ello, se pueden aprovechar las capacidades del Comité de Competitividad de América del Norte, creado bajo el Capítulo 26 del T-MEC, para identificar las acciones necesarias para desarrollar las competencias en la fuerza laboral norteamericana, con énfasis en las capacidades digitales, para atender las demandas cambiantes del campo laboral.
Además, con miras en la eventual revisión del T-MEC en 2026, debe considerarse la opción de promover iniciativas que incentiven una mayor movilidad de personas trabajadoras en la región. Al respecto, Tony Payan, director del Centro para Estados Unidos y México del Instituto Baker, propuso en un diálogo con el Senado de la República, ampliar las profesiones cubiertas por la Visa TN, una categoría de visa creada con el TLCAN que es expedida a mexicanos y canadienses para vivir y trabajar en Estados Unidos. Esta lista debe incorporar nuevas ocupaciones para que se otorguen más visas.
De esa manera, la “idea de América del Norte” iría más allá de la noción construida sobre una expresión común de pertenencia geográfica y pondría el acento en la importancia de una mayor coordinación regional para capitalizar las oportunidades, reducir las asimetrías y mejorar la vida de los norteamericanos.